Rompecabezas

Nunca fui buena con los rompecabezas. Incluso siendo una persona meticulosa y a quien le gusta terminar todo lo que empieza, me di cuenta de que no eran lo mío, no serían fácil de resolver y en más de una ocasión me daría por vencida. Es algo que simplemente tenía que aceptar. Si buscamos la palabra “rompecabezas” en un diccionario encontraremos varias definiciones:

La primera sería “Juego que consiste en componer determinada figura combinando cierto número de piezas o pedacitos”. Bien, como indica esta descripción, todo rompecabezas se reduce a una pieza o a un dato que falta. El más difícil de encontrar y por tanto el más deseado. Porque siempre es aquello que nos falta lo que queremos. Nos convencemos a nosotros mismos de que aquello que queremos es justo lo que no tenemos, lo que aún no hemos conseguido o lo que alguna vez ya perdimos. Es posible.
Las personas son los rompecabezas más complejos que conozco. A menudo ocurre que cuando conocemos a alguien que nos gusta queremos que crean que somos increíbles, divertidos e inteligentes. Nos empeñamos en fingir que somos alguien que no somos, siempre alguien “mejor” y ni siquiera nos molestamos en ser nosotros mismos. ¿Por qué tratar de ser perfectos cuando no hay nada más lejos de la realidad? Nos da miedo que lleguen a ver que esa persona perfecta no existe, nos da miedo que nos guste, y por supuesto, nos aterroriza ser vulnerables. Pero es que sólo cuando conoces a alguien de verdad eres capaz de recopilar toda la información que te da, e incluso la que no. Aquellos detalles que sólo tú ves y que los demás no pueden apreciar, lo que llamamos imperfecciones. Eso que nos negamos a mostrar son lo que en un futuro harán que nos recuerden. Son esas cosas increíblemente molestas las que hacen que nuestro día sea mejor, las que nos hacen mirar atrás sin arrepentirnos y las que nos muestran cómo de única es una persona. Abrirse, y en algún momento ofrecer todo lo que tenemos creyendo que realmente será suficiente.

Por otro lado nos toparemos con “Problema o acertijo de difícil solución”. Difícil. Una de las palabras que más tememos y a la vez una de las que mejor nos puede hacer sentir. Cuando nos vemos en un camino lleno de agujeros o problemas sin resolver nos da miedo no ser capaces de alcanzar nuestros objetivos. Por eso, nos damos por vencidos antes de empezar. Si no nos molestamos en intentarlo parece que no hemos fracasado y nos convencemos de que a veces no existe solución, y de que los imposibles sí existen. Y es posible que para alguno de nosotros siempre haya una pieza perdida, una respuesta a un misterio que jamás resolveremos porque sabemos que aún encontrándola es probable que no encaje como nos gustaría. Sin embargo, lo difícil también hace que sintamos esa satisfacción que invade todo nuestro cuerpo. Aunque luchar día a día por nuestras metas sea duro, esa batalla se convierte en el único momento en el que saboreamos la victoria. Es el esfuerzo por encontrar respuestas lo que hace que la satisfacción se apodere de nosotros, mucho más que el hecho de ganar la guerra. Aunque duela y nos veamos solos en el campo de batalla, lo único que nos queda es pensar que ese preciso momento es mejor que cualquiera de los que están por venir.

Nadie nos asegura que el rompecabezas que estamos a punto de empezar va a ser fácil y mucho menos perfecto. Tampoco nadie nos advierte sobre todas y cada unas de las respuestas que conseguiremos y que no nos gustarán. Pero ya estamos a medio camino. Una vez que empiezas hay rompecabezas que no puedes dejar, te enganchan, te atan de pies y manos para que solo seas capaz de pensar una y otra vez en ellos. Y sabemos que si avanzamos hacía la batalla final, entonces nos convertiremos en esas personas vulnerables. Por eso, tú y sólo tú eliges; da un paso al frente, resuelve el rompecabezas y ve en busca de nuevos retos, o sigue disfrutando de la victoria, haz que nunca acabe y saborea las respuestas perdidas.